jueves, 11 de enero de 2024

Evangelino y Concha, los últimos segadores

 

Concha y Evangelino en una foto a la sombre en una tarde de verano/Carlos de Francisco

No eran gallegos, aquellos por los que clamaba Rosalía de Castro:

Castellanos de Castilla,

tratade ben ós galegos;

cando van, van como rosas;

cando vén, vén como negros.

Eran recios habitantes de la Somoza berciana en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. No viajaban a Castilla como los citados gallegos de Rosalía. Su destino, la Cepeda,  no estaba tan lejano. Desde allí apenas vislumbrarían las llanuras maragatas. En común tenían el hambre y la necesidad, también el oficio: segadores.

Evangelino Villar Martínez fue de los últimos que dejaban sus pueblos y se iban a segar lejos de casa, o no tan lejos, como cuenta sentado sosteniendo el cayado oscilante:

-Bajábamos de Paradiña primero a Narayola por San Antonio (13 de junio). Regresábamos a después para segar lo nuestro. Y ya en julio marchábamos para la Cepeda.

La necesidad acuciaba. Con 16 años bajó por primera vez a segar a Narayola. No solo, con dos o tres del pueblo salían andando y luego se juntaban con otros de la zona que llevaban el mismo destino.

-Para ir a la Cepeda caminábamos hasta Toral de los Vados, allí cogíamos el tren hasta Brañuelas y ya luego andando por los distintos pueblos donde había faena. Cuando terminábamos allí, nos íbamos a Omaña, segábamos por Las Calaveras, Riello, la Garandilla…Y por último saltábamos a Babia. Pasábamos el Puerto de Omaña toda la noche andando.

Evangelino

No era una vida fácil: Horas caminando, largas jornadas de siega y penosas condiciones de hospedaje.

-Comíamos de los que llevábamos y luego a dormir en un pajar.

Es Concha la que habla, su mujer, se suma a la charla, como también se sumó a alguna cuadrilla de segadores también de Paradiña.

Concha, como las otras mujeres que seguían a sus hombres en aquella emigración estacional, soportaban más trabajo por su condición de amas de casa sin casa:

-Los hombres se acostaban a dormir la siesta a mediodía, yo entonces aprovechaba para lavar la ropa y luego ¡a segar! Como ellos.

Casi íbamos y volvíamos con la misma ropa con la que salimos.

Largas jornadas de trabajo que se ajustaban en un contrato oral.

-Dos o tres duros (0’09 €) diarios, recuerda Evangelino.

-Había que ser fuerte (Evangelino lo fue con más de 1’80 cm de altura). Cada uno teníamos que llevar tres sucos (surcos) a la vez. El que no era capaz se iba quedando atrás, tienes que hacerlos en dos brazadas.

Vuelve a intervenir Concha:

-Nos acostábamos y a las cuatro de la mañana te llamaban ya.

No siempre la comida del patrón era escasa o mala. Evangelino guarda buen  recuerdo de la comida en Babia:

-Allí muy bien, una comida especial, tocino entreverado, chorizo, buen cocido…En Babia aun pisamos nieve, bueno, ya no era nieve, era hielo. Por la mañana pasaban la botella de aguardiente. Algo de vino a las 10 (hora del bocadillo) y a la merienda. No había domingos.

Hasta casi finales de agosto andábamos por allí.

Se acercaba el tiempo de la vendimia, finales de septiembre y octubre. De Pobladura, Paradiña, Paradaseca… bajaban a Cacabelos a trabajar, bien en bodegas, bien en viñas. Se repetían algunas escenas. Como suele decirse, con lo puesto buscaban trabajo y hospedaje.

-No siempre encontrabas trabajo enseguida. A veces era el mismo patrón que el año anterior, otras veces andábamos por ahí esperando que nos contratasen. No podías entrar a tomar nada en un café, no teníamos dinero. Recuerdo pasar por delante de la churrería, se me iban los ojos, pero no podía comprar.

La llegada de la emigración en los sesenta marcó un antes y un después en el Bierzo en general y en la Somoza especialmente. Fue masiva. Evangelino Villar y Concha Martínez se apuntaron a ella como tantos otros vecinos de Paradiña. París fue su destino. Mucho trabajo, muchas horas sin descanso. Recuerda Concha:

-A las cinco de la mañana a trabajar en Saint Denis, luego en la Ópera y finalmente en una casa particular hasta las once de la noche. Evangelino en la misma empresa de limpieza estuvo tres años manejando durante tres años una máquina de dar brillo.

Fruto de aquellos esforzados años fueron los francos ahorrados que les permitieron regresar a España con su hija, a Cacabelos concretamente, donde también se aposentaron muchos vecinos de Paradiña en situación similar y otros en Fuentesnuevas, principalmente. 

Subiendo a San Bartolo como muchas tardes

En Cacabelos continuaron la vida laboral y compraron viña, casa... Evangelino trabajó en la construcción hasta la enfermedad que le obligó a jubilarse. Hoy disfrutan unos años de descanso y comodidad bien merecidos tras haber vivido tiempos muy difíciles y poco generosos con el esfuerzo. La edad les ha obligado a dejar los largos paseos por San Bartolo y por los pinares de los que tanto gustaban, sobre todo a Evangelino, que ya sobrepasa los noventa y los achaques de salud cada vez se notan más. Ambos, muy diferentes físicamente, han luchado en la vida con esfuerzo y tesón, un ejemplo para las nuevas generaciones.       

1 comentario:

  1. Carlos, solo agradecerte el mimo, y el trato que has tenido para con mis abuelos, y el esfuerzo y la poesía al componer esto. Leer esta historia, la historia de mi familia, da una dimensión a muchas personas que hoy nos quejamos.... de ¿que? cuando ellos cobraban 0.09€ diarios por 14 horas o más segando...o faenando. Porque cuando vivir era un lujo...algunos como mis abuelos pelearon como espartanos para que otros viviéramos hoy una vida digna. Recuerdo muy grata la charla en tu casa animándote a que lo sacaras del cajón.. porque la historia no es solo de los que lo viven, ahora tu harás que otros lo vivan con tus letras...que dios te guarde, un abrazo sentido y nuestro agradecimiento eterno como familia Villar Martinez, Paradiñeiros.

    ResponderEliminar