domingo, 21 de febrero de 2021

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 19. El Camino de Santiago (La Calle Santa María) (8)

 

Precioso tramo con aspecto medievo de la calle Santa María en una pintura de Pedro G. Cotado realizada en los años 70 que nos traslada a unos tiempos en los que se evidenciaba la belleza por la armonía de conjunto de sus frontales. En el caso de esta imagen, ese perfecto equilibro desapareció hace ya unas cuantas décadas, al ser derruido el edificio que componían la casa de la celosía y la del balcón. La que aparece en primer plano sigue siendo la actual de Nieves González. Archivo de Manolo Rodríguez.

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

19. El Camino de Santiago (La Calle Santa María) (8)

Por Pepe Couceiro

 

En la calle Santa María, hasta comienzos de los 70, podíamos deleitarnos contemplando dos de las más bellas fachadas; concretamente las situadas casi enfrente de la casa de Alberto y Lucía (Luchi), las adyacentes a la actual de nuestra amiga Nieves González. Algunos las recordaréis porque sobresalían por su hermosa celosía y por su precioso balcón (ver fotografía). En la primera de las casas nacimos mi hermana y el que esto escribe y, según me indica la entrañable Chola, también llegó a este mundo Dª. Paloma, la mujer de D. Secundino, padres de David, el distinguido biólogo cacabelense.

 

La imagen del cuadro anterior en la actualidad (2020). La casa de Nieves, en primer plano, anteriormente de la poetisa Dª. Manolita y, posteriormente, el entrante en cuyo espacio se hallaba la casa de la celosía y la del precioso balcón.

Nuestra amiga Lourdes Rodríguez Yebra (Luli), hermana de Tin, Cristina, Lucía y Celia nos recuerda lo feliz que fue en esta calle junto a sus padres Alberto y Lucía (Luchi), hermanos y sus inolvidables vecinos (ver fotografías):

La casa de la familia de Alberto y Luchi (a la izqda.) y la de Dª. Teresa La Ruana, en primer plano, en una fotografía de 2007.

 

La familia de Alberto y de Luchi junto a algunos amigos en 1964. De izquierda a derecha: D. Ramón Cela, el fotógrafo; Cristina; Tin; una amiga francesa; Alberto. Abajo: Chuchi, Luchi, Luli y Chano un amigo de la familia con el violín. Archivo familiar.


 

Foto de 1963 de la familia de Alberto y Lucía (Luchi) en la que faltaría Tin, en ese preciso momento realizando la mili obligatoria. De izquierda a derecha: Alberto, Cristina, Lucía, Celia, Luchi y Luli. Archivo familiar.

 

«Lo que más recuerdo de mi calle eran a mis vecinas, de lo bien que lo pasaba durmiendo cada día en casa de alguna de ellas; especialmente en la de Cusa, prima de mi madre; en la de Linda, madre de Nieves, y en la de Emilia, la madre de Luso. Me acuerdo también de Fiña; de las Bolañas y sus padres; de los Morales: Demetria, Maruja, Pepe, Antonio y Arsenio, que vivían en donde se halla la actual pulpería; de Pepe (padre) El Sillero; de los Casianos, al lado de la casa de Prada; de los Perejón, de Avelino el zapatero y un largo etcétera; en definitiva, tengo que agradecer a la vida la suerte de haberla compartido con todos ellos porque eran personas maravillosas en todos los aspectos.

Vivimos momentos inolvidables, como cuando nos juntábamos con muchos de los vecinos en nuestro salón a ver las series porque no había otra televisión en los alrededores; cuando me disfrazaban con inmenso cariño en los carnavales (ver fotografía); cuando la plazuela se constituía en una gigantesca sala de estar en la que cada uno se dedicaba a hacer una cosa diferente creando un ambiente de profundas y alegres emociones, etc.


Simpática imagen de los carnavales de 1967 de Luli y algunas de sus entrañables amigas. De izquierda a derecha: Puri, Luli, Susi, María Fernanda y Tino (El Sillero).

Por aquellos tiempos la calle estaba muy transitada al comenzar a bajar la gente de las montañas y establecerse en las casas que tenían terreno detrás donde poder cultivar sus huertas; esto, unido a la gran cantidad de familias numerosas que residían en Cimadevilla, San Roque y Santa María, proporcionaba un ambiente especial a toda esa zona.

Las fiestas de San Roque eran para mí las mejores del pueblo porque las vivíamos con auténtica pasión; una icónica imagen de esos días era cuando nos asomábamos por el balcón y solo se veían cabezas por la cantidad de gente que se agolpaban a lo largo de la calle en su caminar hacia la plaza, donde se desarrollaban los actos festivos, entre ellos el baile y los juegos.

Recuerdo con especial cariño a mi padre, una de las personas más honestas que he conocido del que podría contar cientos de anécdotas que lo atestiguan, pero si tuviera que mencionar a la persona que más he admirado me quedaría sin dudar con mi madre (ver fotografía), por todo el amor que nos entregó, por su cariño y por la bondad que siempre tuvo con todo el mundo». 

 Dos maravillosas almas en la cúspide de sabiduría que adornaron la calle Santa María: Linda Barrio, la madre de Nieves y Lucía Yebra (Luchi), la de Luli, en el salón de casa de la primera en 1999.

Durante los años de nuestra exigua juventud, Luli y otros residentes de las calles que nos ocupan formamos parte de una maravillosa pandilla con la que saboreamos momentos irrepetibles. Precisamente la imagen siguiente representa uno de ellos, en una de las innumerables andanzas por nuestro querido y precioso Bierzo.

 

Cualquier ocasión era buena para reunirse los amigos y disfrutar de la naturaleza, en este caso en 1982 gozando de un paseo otoñal tras celebrar el magosto en el patio de nuestra casa. De izquierda a derecha: mi hermana Pilar junto a Alfredo, mi cuñado; Marina, mi mujer; el que esto escribe; mi primo Jose; Isaac y Luli; Froilán, inquilino durante años en casa de Luli; Inés Alba; Lourdes Morete y Tere Tomé.

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Nuestro apreciado colaborador, Manolo Rodríguez Jorge, nos añade algo más sobre su querido primo Alberto:

«Diré yo, brevemente, algo más que Luli no dice de su padre: mi primo Alberto era el mayor de todos los primos y él los tenía a babor y a estribor en abundancia, de sangre o políticos, por eso se titulaba como "el decano de todos los primos": de firmes convicciones, leal, amante de la naturaleza – lo que explica muchas de sus aficiones – y de su familia… Tenía pasión por la literatura (ver la “loa” dedicada al vino), al deporte (en futbol era el Sergio Ramos de la Unión), y gran afecto a mi padre, a sus amigos...De joven – siempre fue joven - era impulsivo y de fuerte carácter; lo que mantuvo con el tiempo; era tal que, al estallar la Guerra Civil, con 16 años, y atraído por la vida militar (ver fotografía), mintió sobre su edad para poder ingresar en el ejército e ir al frente donde le tocó sufrir la batalla del Ebro. No soportaba las injusticias. Tenía el genio de los Sánchez (algo le tocará a Pepe Couceiro por el apellido de sus tíos); en realidad, pura fachada para sobrevivir tras la que ocultaba un gran corazón, todo sensibilidad. La ley de la hospitalidad era una de sus máximas como es harto conocido: su casa siempre estaba llena de gente, de familiares, de peregrinos, de amigos, de extraños, .........

Un muy joven y atractivo veinteañero Alberto Rodríguez Bárcena vestido de teniente en 1940 en la Academia Militar de Zaragoza. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.

 

Otra de las anécdotas que merece la pena mencionar fue aquella en la que mantuvo un idilio durante una larga temporada con una urraca, la popular “pega”, que se avecindó en su huerta tras la casa; era la primera que lo saludaba a diario y acudía a su llamada en cuanto lo veía:"¡Marica, Marica...!" – igual que “el” Azarías - y el ave acudía presurosa. Un día desapareció. Un mes más tarde, mientras tomaba café en la cafetería Edén, se le presentó y se posó sobre su mesa...se reconocieron, se juraron amor eterno – esto me lo imaginé yo, obviamente – e instantes después, voluble, el ave levantó el vuelo y…¡ya no volvió a verla más, con gran disgusto suyo! Este final también me lo imagino yo al suponer que lo hubiera preferido Alberto, pues, según fuentes mucho mejor informadas, reanudaron su idilio hasta que un día, un infausto día, un conocido aficionado a la caza, desconocedor del romance, la abatió de un tiro.

¡Así era mi primo Alberto!»

La siguiente fotografía el amigo Manolo la titularía: primos entre sí. En ella podemos reconocer a Gonzalo, hijo de los tíos de Manolo, Victor y Manuela y hermano de Gelines, Vitín y Luis; tío, por tanto, lo mismo que los dos últimos, de la insigne escritora y amiga Yolanda Alba. También distinguimos a Tano (Sebastián), primo de todos ellos por parte de Manuela, ya que esta y la madre de Tano eran hermanas. Los demás: Alberto, Gonzalo y Manolo son primos por sus respectivos padres: Maruja, Alberto, Víctor y Manolo Rodríguez Sánchez (padre de Manolo y de José Antonio Rodríguez Jorge El Niño), todos ellos hermanos. 


Fotografía tomada con la cámara de Manolo en su bodega un 14 de agosto de 2011, año y medio antes de que D. Alberto se tomara las merecidas vacaciones en el lugar donde todos las disfrutaremos tarde o temprano. La imagen reúne a unos cuantos primos. De izquierda a derecha: Tin (agachado), Gonzálo, su mujer, Alberto, Manolo y Tano.

No podía finalizar esta parte dedicada a tan emblemática familia sin ensalzar la figura de mí querida vecina Lucía Yebra (Luchi), actualmente domiciliada en el más idílico de los lugares. Tuve el honor y el placer de sentir su cercanía cuando, siendo niño y adolescente me sonreía con sus cálidos y cariñosos saludos cada vez que nos cruzábamos por alguna de las calles. Desde una visión retrospectiva es inevitable proclamar mi admiración tanto por ella como por la inmensa mayoría de mujeres de la época, por todas aquellas que supieron dejar de lado su prosaico ego, relegando su protagonismo al de sus maridos; mientras que, en el más insondable y discreto silencio, continuaban esparciendo generosamente su amor incondicional hacia ellos, sus hijos y vecinos cercanos. Luchi y las maravillosas madres que hemos tenido la suerte de tener y compartir nos legaron el mejor de los regalos: su ejemplo de vida. Aquellos seres tan especiales, que lucieron orgullosamente su condición femenina, continúan contemplándonos desde la otra orilla, alegrándose cada vez que las imitamos con nuestras decisiones; percatándose de la trascendencia que tuvieron en el desarrollo de nuestras mentes; sabiendo que, por fin, sus hijos asimilaron aquel preciado tesoro que nos legaron en forma de honestidad, virtud de la que hicieron callada gala durante sus efímeras, pero fructíferas y felices existencias.

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En la casa adyacente a la de Alberto y Luchi (la que figura a la derecha de la fotografía anterior) vivió Dª. Teresa La Ruana, madre de Dª. Conchita, quien tuvo tres hijos: Toño (ver fotografía de los cuatro jóvenes paseando por la Plaza de Abastos correspondiente a la 5ª parte), Mari Tere, José y Juaqui.

Hablando de otra familia, me comenta Paco Rodríguez Marqués (ver fotografía), el casero que todavía cuida de la casa de los Perejón, que su padre D. Juan Rodríguez comenzó a vivir en ella en 1910, y allí nacieron tanto él como sus 9 hermanos. 

 Paco Rodríguez Marqués en el día de San Isidro de 2013 haciendo entrega a Aurora de una placa conmemorativa en honor a su padre, el inolvidable Gemiro Basante, fallecido el 30 de marzo de ese mismo año. Archivo de Carlos de Fco.

D. Ramón Perejón, el propietario de numerosas fincas durante buena parte del siglo XX, entre ellas posiblemente el caserón más hermoso de la calle Santa María, el que ostenta sendos escudos nobiliarios realizados por nuestro artista más popular, D. Pedro G. Cotado, en la década de los 80 (ver fotografía). En la actualidad es propiedad de la sobrina de D. Ramón, Mari, según me señala Luis Cela. Luis también me recuerda que cuando D. Ramón venía a visitar su hacienda lo hacía en su imponente haiga[i] de enormes aletas, causando verdadera sensación entre los vecinos de las calles por las que pasaba.  

Detalle de la fachada de la casa de los Perejón con los escudos esculpidos por D. Pedro Cotado en los 80. Fotografía de 2007.

  El hermoso patio interior de la casa de los Perejón visto desde la puerta de entrada. Fotografía de 2007.

 

Las dos casas que fueron de la familia de Los Silleros lucen con luz propia en la siguiente fotografía. 

 En la actualidad y en primer plano, las dos casas donde vivieron Los Silleros y donde tuvieron la carpintería hace unas cuantas décadas y, a continuación, el edificio donde vivió Dª. Severiana con fachada de color naranja, seguida de la casa de Los Caleixos.

Como me señala mi buen amigo y colaborador Luis Cela, la que se ve en primer plano haciendo esquina era de los abuelos del añorado e inolvidable José Udaondo (Pepe) y de su hermano Fermín (Los Silleros), actualmente propiedad de su prima; allí vivió D. Faustino, su tío. La siguiente era la casa de sus padres, D. José y Dª. Nevadita. A continuación, observamos la casa de Dª. Severiana, de color naranja, otra buena vecina del pueblo, y la siguiente correspondería a la de Los Caleixos. 

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Una simpática anécdota protagonizada por mi querido cuñado Alfredo y el entrañable Pepe El Sillero tuvo lugar en uno de los días de la fiesta de la Vendimia del año 2.000. El añorado Pepe llevaba meses haciéndole la escalera de madera de la flamante nueva casa a mi pariente, pero al pasar varios días sin saber nada de él, con la escalinata totalmente paralizada, decidió buscarlo para preguntarle si había algún problema. Como el siguiente fin de semana coincidía con la fiesta, mi cuñado ya suponía que la razón de la deserción tenía que estar relacionada con la preparación de alguna carroza, como puntualmente hacía todos los años. En efecto, encontrándose con él el día del desfile en una de ellas no pudo evitar preguntarle por la escalera. Pepe, ejerciendo de un Jesucristo memorable, con la serenidad de un auténtico Avatar, junto a su amigo Ambrosio en el papel de uno de sus apóstoles (ver fotografía), le contestó:

«Definitivamente he decidido retirarme del negocio…, ahora me dedico a hacer milagros,

¡vete a tu casa que ya la tienes terminada!»

 

Así era Pepe, un ser humano único que, con sus originales e inteligentes ocurrencias envueltas de buen humor, alegraba el día a todo el que se topaba con él.

 El inolvidable Pepe El Sillero, mi cuñado Alfredo y el irrepetible Ambrosio Pintor, instantes después de la memorable conversación, durante el desfile de la Fiesta de la Vendimia del 2000. Observando la escena en segundo plano el senador Manolo Carocas. Archivo de Alfredo López.



[i] Ostentoso automóvil de gran tamaño.

 

 

Continuará……….

 

4 comentarios:

  1. ¡Qué sentida y elegante descripción de Manuel Rodríguez Jorge de su querido primo, Alberto! ¡Cómo no felicitarle!.
    “Felicitar”, también, a Pepe Couceiro por su artículo y por su “particular sutileza expresiva”, aunque, desde la suavidad de este comentario, en aras de la exquisita y ecuánime educación que nos transmitieron y permitieron nuestros padres –ellas y ellos, o a la viceversa- y no a un obligatorio silencio –¡libertad de expresión cuanto te quiero!-ciñéndonos por ello a este pequeño espacio y no a más amplias publicaciones que animen las tensiones, alienten extremos y potenciando el respetuoso derecho a discrepar, decirle que es difícil, hoy, entender: ¿A qué “prosaico ego” debían renunciar en pro de sus maridos las mujeres con limitados estudios nacidas en los años 20, 30 , 40, 50 –con mejora, no generalizada en los 50, en sus estudios-?. ¿Quizás eran prosaicos o vulgares sus egos? Mujeres dotadas, en gran porcentaje, de una natural inteligencia que les permitía domeñar vientos, esquivar tempestades y sembrar fuertes y nobles valores en su descendencia. En homenaje, nada más, que a esa prudente educación que nos dieron, evito entrar en mayores profundidades y polémicas, aunque en el tema y en mi respuesta cabrían más contundentes y objetivos argumentos, en un lenguaje directo, respetuoso, sin sutilezas y ambages.
    Lamento, muy profundamente, buen Couceiro, que hayas visto “prosaicos egos” donde no los hay. Agradezco, sin embargo, observaciones que generalizan a todas las madres como a los padres que supieron cultivar en nosotros la semilla de la fructífera y equilibrada evolución como seres humanos - hombre y mujeres en igualdad de derechos y deberes-, aunque el documento no lo requería por específico.

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  2. Hoy tengo que escuchar o intuir que las sutilezas me llamen ególatra o mejor pensar que confundan egolatría con intentos de reconstrucción de dañadas autoestimas. Mis padres no me criaron muda y en obligado silencio, pero si me hicieron fuerte para aguantar, allá por finales de los 60 y comienzos de los 70, siendo una niña -con el obligado silencio materno de aquella época- los achuchones irrespetuosos de un carnicero - ¡no se den por aludidos los honestos carniceros de hoy!- y esquivar a duras penas el beso de su sucio bigote al ir a recoger un encargo de mi madre después de la escuela. Mejor evitar poner nombre a la miseria humana. He sobrellevado, por esas mismas fechas, año arriba o abajo, que un joven aprendiz de mezquino de una cerrajería cercana se permitiese el denigrante exceso de tocamientos deleznables a una niña que iba a la escuela que ni le dirigió la palabra, cargada con sus trabajos de Pretecnología para que los evaluase su maestra, tan querida, Doña Socorro. Uno de los motivos de regresar a despedir a mis generosos y admirados padres a nuestro pueblo, dejando atrás casa y trabajo, fue evitar las vejaciones, humillaciones y acoso que me regalaba un obsesivo y contiguo vecino; primero por no aceptar, desde el respeto, el no casarme con su hijo de 20 años, teniendo uno menos que su madre y, luego, por romper la amistad de las familias al negarme a mantener relaciones impropias de un hombre casado por mucho que tuviese el abnegado, silencioso, trastornado y, sobre todo, indignante consentimiento de su mujer -o tal vez fuese para no tener que aguantarlo-. Situación miserable que se torno, no sólo para mí, amenazante y peligrosa y que acabo en los juzgados.¡Habrá quién crea una solemne estupidez no aprovechar la oportunidad -de todo hay en la viña- pero, debo confesar, que la exquisita y libre educación de mis padres y mis propias convicciones no me lo permitían.

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  3. Sigo de nuevo lamentando, triste y consternada, que hoy me llamen veladamente ególatra por querer rendir homenaje -algo especifico, con motivo- a tantas mujeres que sembraron en todos y todas la semilla de la mejora como seres humanos que conviven en el respeto y la igualdad. ¡Qué tristeza! ¿Me pregunto en qué he podido molestar?. Por ser mujer y no vestir bajo algún estereotipado criterio; tal vez por no seguir algún protocolo desconocido. Dime buen Couceiro por qué utilizas como velo a nuestras madres, a un sabía mujer, esposa, madre y abuela, Luchi -una diosa de la inteligencia, de la generosidad, del saber hacer y educar respetuoso- para ofender a su sangre y a la de su hermana –tan queridas-. ¿Qué agravio he cometido?.
    Es una gran pena que tu verbo y tu tribuna, o mejor decir, con cariño, la “ventana discreta” de quién con enorme y elegante encanto y con absoluto respeto a la libertad de expresión -¡qué gran modelo, digno hijo!- la dirige, no te sirva para ser un adalid en defensa de las mujeres que son vejadas, humilladas y muertas por el simple hecho de ser mujeres y libres. Estoy segura que muchos de nuestros padres, hombres y mujeres con grandes valores, valientes caballeros, hoy, desde un nuevo y evolucionado contexto histórico estarían al lado y en defensa de sus madres, de sus mujeres -desde el respetuoso amor y no la obsesiva posesión-, de sus hijas… para que no fuesen violentadas ni muertas. ¡Cuánto trabajo queda por hacer desde una equilibrada educación!.¡Educación y más educación en valores!
    Por último, y con esto acabo buen Couceiro; intentando llegar a ese justo, honorable y heredado corazón tuyo, con absoluto respeto hacia ti y, en especial, hacia todas nuestras maravillosas madres y padres –como ellos elegantemente les cederían el primer lugar-; recogiendo y haciendo crecer la semilla que en mi sembraron los míos, decirte, desde una visión actual de la mujer, que es un enorme placer poder observar como la gran mayoría de las mujeres de hoy -con el respeto y el decoro circunstancial-, visten desde lo femenino, lo masculino o lo convexo con exquisita libertad; incluso en detrimento de la opcional elegancia porque sobre gustos se pintan colores en libertad. ¡Libertad nunca bastante repetida!. Sin menos cabo, por supuesto, de la elegante feminidad de nuestras madres - sin olvidar a nuestros elegantes y guapos padres- y su contexto, aunque fuese a costa de la salud de sus doloridos pies y otras incomodidades.
    Sin más, que darte las gracias por tu lectura, por tu esmerado trabajo desde los emblemáticos lugares de nuestro querido pueblo o villa, como prefieran; no firmo el presente comentario no por cobardía, sino por no entrar en duras e innecesarias tensiones, evitar irrespetuosas incomprensiones y dejar los egocentrismos para quién necesite superar algún perdido complejo infantil; recogiendo si, en nuestras decisiones, el legado de mis valientes, generosos y solidarios padres a sabiendas de que podamos cosechar frías respuestas y por tener muy claro que a quiénes va dirigido este comentario saben de su autoría.

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