Agrupación de varias casas señoriales, entre ellas la de la familia de Los Perejón y la de la sede de la Bodega Cuatro Pasos en la calle Santa María. Fotografía de 2007. |
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
19. El Camino de Santiago (La Calle Santa María) (4)
Por Pepe Couceiro
Los historiadores más ilustres coinciden en afirmar que la travesía primigenia, a partir de la cual emergieron en la Edad Media el resto de calles y plazas, es la actual calle Santa María; la que podría considerarse santo y seña del pueblo, la más pródiga en casas señoriales con sus respectivos escudos nobiliarios que le otorgan esa belleza añadida que, enigmáticamente, nos seguirá cautivando permanentemente (ver fotografía).
Si hablamos de su historia, con rigor, no podríamos elegir mejor analista que a nuestro historiador y colaborador José Antonio Balboa:
«Las calles más antiguas del pueblo son Santa María y Las Angustias. En realidad, Cacabelos es un pueblo-calle o, como he escrito alguna vez, un pueblo en forma de espina de pez. La espina dorsal es la susodicha calle, que no es otra que el Camino de Santiago; pues fue éste quien dio origen al pueblo que fundó Gelmírez a comienzos del siglo XII, hay poblamiento anterior, romano (la Edrada) y probablemente altomedieval donde hoy se encuentra Cacabelos, pues Gelmírez dice que lo reconstruyó al hallarlo derruido.
Durante siglos, al menos en los siglos XII, XI, XIII y XIV la calle que comprendía Santa María y Las Angustias era conocida como "Viam francorum" (XII), "Camino francisco" (XIII) y "Camino Francés” (XIV). Desde el siglo XV, creo que la primera referencia es de 1477, cuando comienza a llamarse "Calle Real", nombre que pervive hasta la mitad del siglo XIX en que se le pone los nombres actuales.
Decía espina de pez porque de la calle principal, como espinas, surgen una serie de calles que, por el norte, llegan hasta la reguera primero, y luego hasta la cerca que rodeaba el pueblo; y por el sur hasta esta. La cerca, que dio a Cacabelos una forma de mandorla o almendra, se construyó en el siglo XIV (ver fotografía aérea del primer capítulo).
Dicha cerca tenía una serie de puertas: en el puente, al sur (puerta del Sol), al norte (puerta de San Andrés, junto a la reguera hacia la Casería) y otra por el este, donde se construyó la capilla de san Roque».
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Los primeros recuerdos que me llegan de este añejo recorrido me trasladan a los tempranos atardeceres de la estación más fría del año, cuando en mi infancia observaba a sus gentes salir a la misma hora, mañizo[1]en brazo, con el propósito de convertirlo en una potente fuente calorífica y salir victoriosos ante la encarnizada lucha sin cuartel que, día tras día, se libraba contra el frío del interior de las casas.
Aquellos fardos de sarmientos eran transformados en ardientes brasas sobre las calles bajo las abstraídas miradas de los vecinos que se agolpaban a su alrededor en agradables tertulias, mayoritariamente masculinas. Esta mágica parafernalia, que solía producirse al mismo tiempo en todas las calles, finalizaba cuando las incandescentes ascuas se recogían con palas y se trasladaban a los braseros[2] (ver fotografía).
Repetida e hipnótica escena nocturna que tenía lugar en las calles del pueblo no hace muchas décadas, la tradicional y ancestral costumbre en la que los vecinos, arremolinados alrededor del fuego, disfrutaban absortos de la mágica transformación de los sarmientos bajo el constante y agradable sonido del crepitar de sus llamas.
A pesar de las medidas de seguridad, el peligro se cernía diariamente sobre los habitantes de las casas al estar siempre presente la posibilidad real de que los bajos de las faldillas que cubrían la mesa donde se alojaba el brasero entraran en contacto con la lumbre y provocaran el temido incendio o la intoxicación con los humos emanados de la combustión. Reflexionando acerca de esta irrenunciable práctica de tiempos pretéritos, examinándola desde una perspectiva actual, da la impresión de que la gente prefería asumir el riesgo de inmolarse o de envenenarse a pasar por el frío de aquellos crudos inviernos.
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Comenzamos el recorrido por esta calle, como ya señalamos, la más veterana del pueblo, en el punto donde bien pudo comenzar su expansión, el ábside románico que forma parte de la Iglesia Parroquial. En ese mismo entorno, pero en la década de los años 60, un grupo de vecinos posa para el fotógrafo enfrente de la actual carnicería El Vasco (ver fotografía)
En aquellos tiempos, en el local donde se encuentra la carnicería El Vasco, se localizaba el comercio de comestibles de Vitín y, a su izquierda, la carnicería de Pepe El Carnicero, el cual vivía en el bajo de los soportales que muestra la imagen.
En el mismo edificio de las tomas siguientes, en la parte más cercana a la iglesia, vivían D. Serafín, Dª. Rosa junto a su hijo Dominguín, mencionados en el pie de la foto anterior y de los que hablaremos en más de una ocasión a lo largo de la serie.
Óleo de D. Pedro Cotado de 1979 de uno de los edificios más bellos del pueblo, hoy desaparecido, en el inicio de la calle Santa María. Luis Cela me apunta que la puerta de color marrón claro era donde Pepe tenía su carnicería y el edificio de la izquierda, casi pegado al ábside, la casa de D. Serafín y Dª. Rosa. A la derecha de la carnicería, haciendo esquina con la Casería, se situaba el comercio de ultramarinos de Vitín. Manolo Rodríguez nos añade que, en la casa de los dos corredores vivía El Americano (no recuerda su nombre) y su hijo Funi o Joseíto, como lo llamaba su primo Juan Carlos Montes. En el otro corredor cree recordar que también vivió la familia de D. José El Sillero. En la actualidad todo el conjunto es propiedad de El Vasco. Imagen del archivo de Manolo Rodríguez.
El edificio real representado en la pintura anterior flanqueado por la Iglesia y su ábside románico en 2011. Foto del archivo de Carlos de Fco. |
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El lugar donde corrimos mil aventuras en los 60 no se extendía más allá de La Casería o La Reguera. De las muchas que disfruté con mi pandilla, la más recurrente y que dulcemente llega a mi memoria es la que tuvo lugar un mágico 6 de enero de 1964. Ese día los Reyes Magos se pusieron de acuerdo para repartir por medio pueblo un juego de trajes de romano compuesto por casco, coraza, escudo, y la pieza más valiosa para nosotros, la codiciada espada. Cada una de las partes elaboradas en el mejor de los plásticos, al menos eso era lo que creíamos aquellos infantes de poco más de 6 abriles, porque enseguida nos dimos cuenta de que precisamente la espada era la única que venía con un imperdonable defecto de fábrica. La desilusionante imperfección se ponía de manifiesto ante el primer espadazo, momento en el que, sin poder articular palabra, nos quedábamos mirando al infinito con caras de gilipollas mientras nuestra mano permanecía fuertemente asida al mango, aunque ya sin su filo, el cual había salido disparado hacia ninguna parte. Podéis imaginaros los rostros de aquellos aprendices de legionarios en una pequeña aldea conocida como Bergidum Flavium, con la espada quebrada y a merced de los sanguinarios bárbaros representados por los chavales de las pandas de otras calles o barrios.
Nuestro altanero y bravo capitán era Juanjo Raimóndez (Mourelo) (el que fuera profesor del instituto) porque, además de ser el mayor en edad, lo era también en estatura, cosa que intimidaba sobremanera a los enemigos del imperio. Él nos condujo a ganar batallas persiguiendo y repartiendo estera a todo quisqui, bien a paso ligero o a la carrera, conquistando insaciablemente nuevas calles y plazas. A punto de ser derrotados, tras descubrir los adversarios el defecto de la puñetera espada, a mi muy querido primo Jose se le ocurrió la genial idea de introducir un palo de escoba entre el mango y el filo, quedando ambas partes férreamente unidas a prueba de los más fuertes estacazos. Para comprobar su solidez a mi pariente se le ocurrió la desafortunada idea de comenzar a repartir estopa a diestro y siniestro, dejando a más de uno de los suyos con visibles moratones; su irrebatible argumento era que había que comprobar en los propios cuerpos (en los de los demás, naturalmente) la solidez de la nueva arma, antes de quedar desprotegidos frente a las hostiles hordas bárbaras.
Este hito acabó convirtiéndose en leyenda por todo el territorio, el que tuvo lugar en una pequeña, aislada y desconocida aldea romana de Hispania en la que, en cuestión de segundos, se pasó de la Edad de Plástico a la de Madera, representada por un simple y vulgar palo de escoba; la victoria contra las huestes astures era cuestión de tiempo.
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Desde la intersección de esta calle con la actual del Puente Nuevo, la siguiente imagen de 1934 nos muestra un nuevo tramo en la que llama la atención su empedrado y el discurrir de las aguas por el medio de la calle. En ellas, al fondo, distinguimos la casa del padre de D. José Luis Prada (D. Ángel). La captura de la toma se realizó enfrente del actual El Molino, décadas atrás Casa Peña.
Fotografía de 1934 de la calle Santa María, enfrente del actual El Molino, aproximadamente. De izquierda a derecha: nos da la impresión de que el primer personaje se conocía como El Peseto que vivía en La Casería; una pareja de desconocidos que arribó al pueblo en busca de oportunidades, en ese momento aprendices de Paco; el siguiente personaje es precisamente Paco Raimóndez, el peluquero. Sentados de izquierda a derecha: Joaquín Raimóndez (Gaseosas Peña), hermano de Paco y, a su lado, Mero El Cartero preparándo la hogaza para acompañar al placentero chato de vino. Fotografía del archivo de Pilar Fernández.
La fotografía siguiente nos muestra el tramo opuesto de la calle hasta su llegada a la Plaza de Abastos, en la actualidad.
Otro bello tramo de la calle Santa María en la actualidad, antes de llegar a la Plaza de Abastos, en dirección a San Roque en el año 2007.
La Plaza de Abastos, inaugurada en 1957 (ver fotografías), debe su nombre al mercado instaurado años atrás a su lado, circunstancia que la convirtió en un atractivo y concurrido punto de la calle Santa María.
La laureada Banda de San Quintín proporcionando colorido y buen ambiente en la inauguración de la Plaza de Abastos en 1957 con el mercado al fondo. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.
Inauguración por parte de las autoridades de la Plaza de Abastos un 22 de abril de 1957. 1) D. Lucio; 2) D. Gaspar Pérez; 3) D. Manuel González Banfi; 4) Desconocido; 5) Desconocido; 6) mi tío D. Dalmiro Fernández (Mero), el cartero; 7) Dª. Adela, la madre de Prada; 8) Manolo Rodríguez Sánchez, El Alcalde; 9) Faustino Carballo Rodríguez; 10) Desconocido; 11) el gobernador D. Luis Ameijide; 12) Desconocido; 13) mi tío Antonio Couceiro Sánchez (Parrachondo); 14) Antonio Basante Fernández el de La Ruta; 15) Arcadio González Valcarcel; 16) Desconocido; 17) Roberto González Valcárcel, hermano de Arcadio; 18) Anibal Fernández, El Cartero; 19) Desconocido; 20) D. Celso Sanromán, el cura de Carracedo; 21) Desconocido; 22) Desconocido; 23) Santos Cascallana; 24) Desconocido y 25) probablemente la madre de Los Casianos. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.
[1] Vocablo berciano referido al fardo de sarmientos que eran apañados del suelo tras la poda invernal de los viñedos que luego se ataban y almacenaban en los bajos de las viviendas hasta su uso.
[2] Artilugios metálicos, ya usados por los romanos en la antigüedad como calentadores, que se rellenaban de brasas y que, hasta hace pocas décadas, se alojaban normalmente en el interior de las mesas camillas provistas de una tabla, casi a ras de suelo, donde quedaban perfectamente encajados en su hueco circular.
Continuará……..
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