viernes, 24 de abril de 2020

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 10. El Puente y el Río




LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

10. El Puente y el Río

Por Pepe Couceiro

La historia de nuestro puente y su río Cúa es la misma que la de aquellos que lo cruzaron asiduamente desde sus inicios y de los que se valieron de sus aguas tan trascendentales para la supervivencia. Estos tramos de camino alzados para facilitar el acercamiento simbolizan la unión, el compromiso, el altruismo; en una perspectiva diferente al espíritu humano, representado con el indestructible material con el que se construyeron, el hilo perenne que une dos orillas, la de una vida que se extingue con otra que renace; también a los altibajos de la existencia humana, encarnados en las turbulentas aguas de las crecidas que seguidamente dan paso a las más sosegadas del estío, en ese preciso momento en el que llega la estación en la que la naturaleza despliega su máximo esplendor.

Una de las tomas más repetidas del puente y su entorno durante la estación estival

Estas pétreas estructuras suelen distinguirse por su perfecta armonía y cautivadores entornos y cada vez que ambos se contemplan con la mente serena, un aluvión de agradables sensaciones se desborda en nuestro interior y nos deja profundamente conmovidos y relajados. Indefectiblemente esas conciliadoras edificaciones han mostrado a través de los siglos su resistencia, pero también su hipnótica belleza, erigiéndose, junto a su incomparable marco fluvial, en lo más capturado y celosamente guardado en nuestros álbumes de recuerdos en forma de fotografías; algunas de ellas con nuestros más queridos y añorados familiares y amigos posando delante de sus distintivas barandillas.
Esa proclamada elegancia ya se hacía presente en nuestro puente a finales del siglo XIX, probablemente en la primera instantánea de su dilatada historia (ver fotografía). Podemos advertir su atractivo pretil junto a unas llamativas y funcionales gárgolas. Desde uno de sus apartaderos un desconocido fotógrafo realizó el encuadre, ajustó el enfoque y disparó con el propósito de capturar al mozo sentado a horcajadas sobre el antepecho, sin siquiera imaginar que esa imagen se convertiría en una preciada joya para los que ansiamos conocer el fascinante pasado de nuestro pueblo.

Si no la más antigua, una de las primeras imágenes del puente a finales del siglo XIX. Archivo de Manuel Rodríguez.


El inexorable paso del tiempo se deja ver en la siguiente reproducción tomada varias décadas después de la anterior, cuando corría el año 1932. En ella se aprecia el pretil ya transformado en las actuales barandillas metálicas. Si nos fijamos en el río también constatamos que, aunque hayan pasado más de 80 años, las jovencitas de la época ya se las componían muy bien para disfrutar de sus aguas. 

Un grupo de jovencitas cacabelenses en la década de 1930 entre las que puedo distinguir a mi tía Pilar (la pulpera), sentada en el extremo de una humilde barca artesanal, disfrutando de un envidiable paseo por el río. Archivo de Pilar Fernández.

La siguiente panorámica, aguas abajo desde el puente, corresponde a 1942. Nos sorprende, pero no para echarlos de menos, la agradable ausencia de los deslucidos cables que, sin ninguna consideración al mínimo gusto estético, nos obligan a presenciar diariamente por encima del río en la actualidad. Es seguro que este hecho no deja de causar decepción a muchos de los de peregrinos que cruzan el puente y que hubieran deseado llevarse consigo una espectacular y hermosa imagen del lugar.

 Otra vista estival, con patos incluidos, de 1942 con la casa de Dolores (La Tarjina) a la izquierda.

La compañía de telefónica llevó a cabo una serie de fotografías en la década de los 40 y 50, probablemente para dejar constancia de su esforzado y loable trabajo durante décadas hasta conseguir el histórico hito de consolidar en el país las primeras comunicaciones con teléfono fijo. La siguiente, datada en 1950, es un ejemplo de ello y, en ella, puede apreciarse un entorno todavía natural, alterado por un discordante, pero práctico muro que conducía el agua hasta la central que, en esa época, se conocía como La Fábrica de la Luz.

Imagen invernal del puente y el río en 1950. Archivo de Telefónica

En la siguiente toma de 1960, realizada desde uno de los ojos del puente, seguimos percibiendo el fascinante ambiente originario del río con las únicas construcciones de la pequeña casa de Dolores y, detrás de ella, la edificación más grande de La fábrica de la luz.

A los más ávidos de cultura les traslado la narración que me hace el gran historiador cacabelense José Antonio Balboa y al que gustosamente le cedo la palabra. Hacia 1900 se creó la Sociedad Eléctrica Cacabelense de la que era presidente D. Manuel Pereira Ríos, perito gallego que se asentó en Cacabelos como apoderado de la marquesa de Villaverde, y que vivió en la casa que había sido del militar y poeta Antonio Fernández Morales; es decir en la de D. Vicente, el padre de Carmela y descendiente de aquel. El vicepresidente de la sociedad era el párroco de Cacabelos D. Félix Cotado, también gallego. 

En 1901 solicitaron permiso para la construcción de la central. En 1905, ya construida, se solicitó permiso para la construcción del muro sobre el Cúa que llevaría el agua a la fábrica. En torno a 1912, la eléctrica Cacabelense había cambiado de dueños, pues en ese año aparecen como propietarios Rafael Burgueño y Ángel Mediavilla, los cuales cambiaron su nombre por el de Fábrica Eléctrica Burgueño, continuando en manos de los Burgueño hasta después de la Guerra Civil. Posteriormente la familia entró en quiebra y la fábrica fue embargada por el banco que, a su vez, debió venderla a Santos, el de la mueblería, y cuyos descendientes serían los propietarios del edificio abandonado actual.

 Vista desde debajo de uno de los ojos del puente del año 1960 con la casa de Dolores y, al fondo, la Fábrica de la Luz. Foto de Manolo Rodríguez.
 
En los años 60 la otra orilla del río tenía el aspecto que muestra la siguiente fotografía tomada por Quico El Curioso.

 Las casas del parque a la izquierda y el muro junto al transformador, a la derecha, en la década de los 60. Archivo de Quico El Curioso.
 
El paisaje siguió cambiando sin cesar hasta llegar al año 1965 (ver siguiente fotografía), momento álgido de la costumbre de secar y clarear al sol las sábanas que previamente habían sido lavadas en el río.

 Las sábanas al sol, las espadañas, la Pista a la izquierda, el río y el puente conforman un paisaje de nuestro pueblo insuperable en el verano de los primeros años de los 60.
 
Es complicado trasladar y más con palabras, por muy bellas que estas sean, el torrente de gozosas emociones que se agolpaban en nuestras infantiles o adolescentes mentes cada vez que iniciábamos la parafernalia diaria de ponernos el bañador y recorrer el ilusionante camino que nos conducía a cualquier lugar de nuestro admirado río. 

Las generaciones de chicos y chicas anteriores a la mía, como la de Roberto Carretón, Santos Uría o Manolo Rodríguez elegían para bañarse otros pozos antes que el puente, probablemente por temor a adentrarse en un lugar todavía salvaje e inhóspito en esa época. Esos concurridos pozos se formaban al lado de las Burras, unos muros de contención fabricados primitivamente con cantos rodados en el interior de una fuerte estructura de madera que, en años posteriores, se introdujeron en el interior de una tela metálica y, en la actualidad, en aglomerados de hormigón. Estas formaciones tenían el propósito de impedir las inundaciones de las fincas rivereñas con cada crecida del río. Roberto se acuerda de las tres más emblemáticas: la Burra de Pepito, aguas arriba por encima del puente (ver fotografía) y la de Noles y Los Afumaos aguas abajo (ver fotografía).

Simpática toma de 1960 de un grupo de chavales cacabelenses convertidos, con su desbordante imaginación, en convincentes salvajes caníbales zulúes. La escena tuvo lugar en una de las choperas del paraje conocido como A terra do Ouro, próxima a La Burra de los Afumaos. De izquierda a derecha: Manolo (El Visi), Santos Uría, Paco (el de Carín), Pepe (El Sillero), Mario (El Colaso), Eduardo (Tito, el de La Sacristana) y Reinaldo (desprovisto de pinturas de guerra). Detrás de los dos primeros, por la izquierda, asoman Arcadio y Miguel. Foto de Manolo Rodríguez.


 El tramo del paraje conocido como La Burra de Pepito en la década de los 60. Actualmente el paseo fluvial transcurre por la izquierda de esas columnas.
 
Me cuenta Roberto Carretón que, en su etapa infantil, era normal que los padres echaran una pequeña siesta, circunstancia aprovechada por los chavales más inquietos para escaparse al río a darse el ansiado baño y disfrutar de los amigos. En cierta ocasión unos cuantos de ellos quedaron en la presa del molino de La Angustia para darse el obligado baño, pero como a uno de ellos su madre le había escondido el traje de baño, decidió hacerlo en pelotas. Tal como habían acordado se fueron al lugar, sin sospechar que la madre de la osada criatura se había percatado de su falta y había iniciado su búsqueda. Hecha una furia e intuyendo dónde se encontraba fue al lugar, lo encontró, lo agarró por uno de los brazos y, sin dejar de propinarle sopapos, lo llevó por el largo camino que conducía hasta su casa. Obviamente el baño le salió caro porque, además de los tortazos, tuvo que soportar un vergonzoso desfile en pelotas a través de medio pueblo. Sus compungidos amigos iban detrás cerrando la comitiva con la cabeza gacha, con la incesante y perturbadora duda de si a ellos también les iba a pasar lo mismo nada más llegar al dulce hogar. Ese chaval cacabelense que tuvo un mal día en ese momento de su infancia, acabó convirtiéndose en uno de los mejores alcaldes que ha tenido el pueblo.
Al parecer, en los tiempos de la generación de Roberto, lo de las madres corriendo tras los hijos que se habían escapado a bañarse al río era frecuente y pone como ejemplo el suyo propio, cuando su madre, junto a sus tías, fueron a buscarlo en más de una ocasión, acercándolo a casa del mismo modo que en el caso anterior, pero vestido. 
 

La generación de Manolo Rodríguez reunidos en La Burra de Pepito en 1965. El que se lanza desde un improvisado trampolín al rescate de una damisela en apuros al grito: ¡el que la salve se la queda!, es el intrépido Cesitar (César Garnelo). También aparecen en la foto Pedrito (el molinero), Manolo Rodríguez, Santiago (Ganduxo) y el primo de Manolo (Carín, el padre de Dino). Foto de Manolo Rodríguez.

 El lugar donde estuvo la conocida Burra de Pepito en una foto de 2009. Los jóvenes aventureros de la anterior fotografía se lanzaban desde el edificio situado a la izquierda, justo desde donde se halla actualmente el paseo fluvial.

En los primeros años de los 60 las chicas no solían ir, por pudor o prohibición de sus mayores, al puente a bañarse; pero a finales de esa década algunas transgresoras comenzaron a frecuentarlo y a ponerse bajo el sol para adquirir un bello bronceado. Naturalmente las personas del sexo contrario encontraron el mejor de los alicientes para darse un paseo hasta el lugar y contemplar tan gozoso y diferente espectáculo desde las barandillas o desde la orilla que daba al Campo Nuevo. En petit comité Roberto pudo escuchar a más de uno que se acercaba a ver figuras.
Me sigue relatando que, cuando llegaba el invierno tanto en Fabero como en su cuenca minera, se usaba el río Cúa para lavar el carbón, práctica que ocasionaba la tinción de negro de las aguas que llegaban a Cacabelos. De ese continuo lavado era normal que algunas de las rocas acabaran siendo arrastradas y depositadas en los pedregales, a la altura del actual campo de futbol. Este hecho atrajo a un importante número de vecinos que comenzaron a recolectarlas compulsivamente, como si fuera el más preciado fruto que la naturaleza les regalaba y poder prolongar el fuego que diariamente se encendía en cada una de las cocinas de las casas de la época.
Me sigue relatando que, a pesar de la suciedad de las aguas por el polvo negro, podían observarse, a la altura del Humeral, preciosos Martines Pescadores (en el pueblo se conocían vulgarmente como pica-peixe) en búsqueda de pequeños peces para alimentarse tanto ellos como a sus crías.  También me recuerda los miles de ranas que amenizaban el ambiente cercano al río, el próximo a las numerosas charcas desperdigadas por sus riveras, acequias de riego, etc. En la actualidad, el panorama no puede ser más lúgubremente silencioso. Estos maravillosos espectáculos no han vuelto a repetirse, probablemente a causa de una serie de desafortunadas desdichas, entre las que podríamos mencionar al menos dos de ellas: la ascendente contaminación tanto local como comarcal y la profunda ignorancia y dejadez humana.


Fotografía de 1968 en el sitio conocido como El Muro. De izquierda a derecha: Bertito, el de Prieto, José María El Pardal, Pepe Santos, asomándose por el hueco de la cámara, Roberto Carballo, Gelín, y mirando la cámara desde el agua, Roberto Morete. Archivo de Roberto Carballo.

En mi generación el puente comenzó a establecerse como principal zona de baños, aunque también nos desplazábamos a las burras, sobre todo a las ubicadas río arriba. Allí, en las proximidades de un puente repleto de jóvenes, se sentía bullir la vida y, mientras unos conversaban en corros, los demás jugaban sin parar tanto fuera como dentro del agua. Los mayores, con sus trabajados cuerpos para una ocasión tan especial, como era la estación más calurosa del año, trataban de ligar con las más guapas y, el resto, sin ningún ápice de tristeza en sus caras, charlaban de la vida mientras sonaban los éxitos del verano en la Pista aledaña.  Nosotros, con nuestros particulares gustos infantiles nos disponíamos a explorar el verde y salvaje entorno en memorables excursiones. En cualquier momento, ante la más mínima sensación de calor, irrumpíamos bruscamente en el agua a lo bomba, y ya en ella descubríamos interminables juegos acuáticos, muchos de ellos sirviéndonos de una vieja cámara de tractor que inflábamos hasta casi reventar y desde la que, sin ningún cuidado, nos lanzábamos de cabeza. Con todo ello era normal que, para todos nosotros, ese inefable entorno cercano al río se convirtiera en el más hermoso y divertido de los parques de atracciones del mundo. 

También constituía un verdadero placer contemplar el suave deslizamiento por las tranquilas aguas del Cúa de la singular motora de David, con el amigo Luis Lago ejerciendo funciones de capitán, acompañado de los amigos de siempre; y a todos nosotros nos invadía una sana envidia al no poder sentir la sensación de navegar, por primera vez, en una barca como aquella (ver fotografía).

 Una preciosa toma realizada por Quico El Curioso, probablemente en 1968, de un grupo de amigos cacabelenses subidos a una barca motora propiedad del tío de Luis Lago (David) elaborada en la casa de su abuela Dolores (La Tarjina), situada al lado de las compuertas del río. De izquierda a derecha: Pepe Leira, Toño Marchena, Luis Lago, Miguel Ángel El Rubio y José Luis. Foto del archivo de Luis Lago.
 
En la siguiente imagen se comprueba la evolución de algunos de los mozos que aparecían en la foto de los fieros e infantiles caníbales zulúes. Aunque esta vez el grupo está compuesto por jóvenes de diferentes generaciones, cualquiera sigue desprendiendo esa alegría inherente al decorado de siempre y que formaban el puente junto a los curiosos vecinos montados en sus respectivas bicicletas que no dejaban de observar la agradable diversión de los protagonistas.


 El ambiente que podía percibirse en 1968 bajo El Puente. Reconocemos a Santos Uría, Varo, Antonio, Manolo Lizáfaro, Clemente, Eulogio, Ribero, José Manuel, entre otros. Foto de autor desconocido.
 
En uno de aquellos veranos tan azules de la adolescencia un pequeño camión, que no supo dar la curva a tiempo a la altura del hotel Miralrío, acabó precipitándose al río, con el milagroso resultado de no contar con ninguna desgracia personal. El caso es que, para nuestra alegría, allí permaneció durante todo el verano, hecho que aprovechamos para lanzarnos de cabeza desde su capota o explorando sus misteriosas e inundadas zonas con nuestras humildes gafas de buceo.

En los primeros años de los 70 el río lo era casi todo para los que formábamos parte de una verdadera familia de amigos (ver fotografía). De forma natural nuestra imaginación se ponía a trabajar a toda pastilla con el resultado de una movilidad extrema. Era ineludible volver a casa para tomar la obligada merienda que, tras la ingente cantidad de emociones y energías dejadas en el río, se hacía necesaria y que nuestras madres amorosamente nos habían preparado. Ellas no dejaban de repetirnos que el río debilitaba y había que reponer las desgastadas fuerzas, y tenían razón.

 Algunos de los que formaban mi grupo de amigos en 1971 encima del emblemático trampolín. De izquierda a derecha: Toño Alija (encima de la tabla), Jacinto, Manolo Carbón, Manolo Lizáfaro, el que esto escribe detrás, y subiendo la escalera, mi querido primo Antonio.

Ya siendo mayores, en la adolescencia, una de las alternativas vespertinas tras el tonificante baño era tomarnos un refresco en la Pista, un lugar tranquilo y acogedor amenizado con canciones de los éxitos del verano sonando de fondo en nuestras placenteras conversaciones. Me cuenta Roberto que los de su pandilla pasaron mucho tiempo en ella practicando el baile a finales de los 60 y principios de los 70 y, de vez en cuando, escuchando la voz en directo de un excelente cantante de Cacabelos conocido como Lorenzo y que, desgraciadamente, falleció demasiado joven.
En aquellos indescriptibles por maravillosos veranos cada uno tenía su propia banda sonora que nos acompañaba hasta la finalización de aquellos ajetreados e intensos días y que no nos cansábamos de reproducir una y otra vez en nuestros apreciados cassettes. La mía personal estaba formada por canciones atemporales de los Beatles, Creedence C. Revival, Pink Floyd, etc. Precisamente en uno de esos veranos (1975 o 1976), la canción Wish You Were Here de Pink Floyd sonaba constantemente en cada atardecer de aquellos calurosos días en los que las ventanas permanecían abiertas, dando paso a aquellas deliciosas ondas sonoras que impregnaban las inmediaciones de la plaza, seguramente gracias a un cacabelense de buen gusto musical y que bien pudiera llevar el apellido Luna.
En cada fiesta de Pascua de los 80 era obligado acudir al puente donde se disputaban las tradicionales carreras de piraguas (ver fotografía).

Un puente repleto de gente animando apasionadamente a los esforzados piragüistas en una emocionante carrera en las fiestas de la Pascua de 1983.

 Crecida de 1985 con La Pista al fondo.

El puente, el río y su paseo fluvial siguen siendo, en la actualidad, los lugares más frecuentados del pueblo porque continúan despertando en nosotros emociones únicas. Si se me concediera un deseo pediría mantener el entorno de antaño, con la flora y la fauna autóctona de entonces, con las abundantes truchas y numerosos bancos de peces conviviendo en perfecta armonía y llenando de vida cada uno de sus escondites naturales y con los que tanto disfrutaríamos en la actualidad observándolos desde las orillas o desde el puente. Y como pedir es gratis solicitaría mantener el actual paseo fluvial, por ser uno de esos placenteros lugares que logra sosegarnos el alma cada vez que lo recorremos y desviamos la mirada para admirar el río y el discurrir de sus eternas aguas (ver fotografía).
 
El hermoso paseo fluvial.

En la siguiente imagen de 2008 se presenta un puente con sus, hoy día, ausentes chopos, pero en aquellos días plenos de verdor, a pesar de la sequía que se desprende de un escuálido caudal.
 
Fotografía de un seco verano de 2008.
El buen ambiente sigue presente en la actualidad, como puede observarse en la siguiente instantánea de 2010.

 El jubiloso ambiente veraniego de la playa fluvial en 2010, con el emblemático trampolín,     actualmente ausente.

La siguiente toma realizada desde el paseo fluvial muestra una visión diferente del puente, con las montañas nevadas al fondo en un determinado momento de finales del invierno de 2019. 

Una toma desde el paseo fluvial en una fecha cercana a la primavera de 2019.
Nuestro querido puente en la actualidad, preparándose para irse a dormir una noche más, justo instantes antes de mostrar generosamente su imperecedera belleza, como un regalo que gustosamente nos hace a todos los cacabelenses, a buen seguro por lo admirado que se ha sentido a lo largo de siglos.

En un evocador y sugerente atardecer, a finales de 2019
Muchos de nosotros calificaríamos este lugar como el más emblemático de la historia del pueblo, no en vano es el que, desde siempre, ha atraído la vida con las aguas del Cúa. El que durante décadas se ha conformado como el sublime decorado donde iniciábamos y terminábamos nuestras vacaciones más duraderas, donde más veces hemos disfrutado de la virginal naturaleza, donde hemos hecho más amigos y amigas, donde hemos apreciado la recompensa de haber solventado con éxito los cursos académicos, donde nuestra mente era capaz de reponerse tras el ingrato y caluroso día de trabajo; en definitiva, donde el tiempo dejaba de existir para que pudiéramos disfrutar de infinitos presentes y donde comenzamos a forjar el gran valor que, gracias a esos años, le hemos dado a LA VIDA.

Vista actual del pueblo desde las alturas, con el puente, su orilla oriental y el parque. Foto de José Luis López.

NOTA: Mi agradecimiento de siempre a Manolo Rodríguez, Roberto Carballo y Carlos de Fco. A José Antonio Balboa, por su interesante texto sobre la Fabrica de la Luz y también a Luis Lago, Ramón Asenjo y José Luis López por compartir conmigo tanto sus valiosas sugerencias como sus preciadas fotografías.

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