domingo, 13 de enero de 2019

Juan, el alemán que quiso ser cacabelense


Juan delante de la bandera de Baviera que tiene izada en su finca de Cacabelos


No es complicado encontrar a Juan. Vive sus rutinas como un cacabelense más, sobre todo la de la partida a las cartas después de comer. Una mirada tras la cristalera del Avenida 33 te permitirá contemplar varias de las tradicionales partidas a las cartas que disputan los clientes habituales de ese bar, uno de los últimos que acogen feligreses con afición al naipe. En una de las mesas destacará, sin duda, su estampa de amplia complexión y pelo blanco.

Es Juan el Alemán que desde 1.990 decidió fijar su residencia en Cacabelos y sumarse al censo para compartir la vida con su mujer definitivamente aquí.

Llegó por primera vez a esta tierra en el corazón del Bierzo en 1975. Cinco años atrás había conocido a una española, Mery Fernández Gallardo, en Augsburgo, la capital administrativa del distrito con ese mismo nombre.

-Me gustó, estaba bien, me responde lacónico Juan a la pregunta sobre sus primeras impresiones al llegar a Cacabelos.

Los viajes desde aquel año se sucedieron durante su vida laboral tres veces al año hasta el citado 1990, cuando, ya ambos jubilados , deciden vivir definitivamente en España y eligen Cacabelos. Primero alquilan un piso.

-El de Chuchas, y al año siguiente, el uno de mayo, compramos la casa y el terreno.
(Juan se refiere al piso que les alquiló Chuchas, la viuda de Antonio García, en la Avenida de la Constitución, justo al lado de la que fue la casa materna de Mery. Posteriormente se trasladaron a la finca de la Carretera de Arganza)
Con dos de sus hermanos en su infancia

Atrás quedaba una infancia y juventud muy difíciles. Juan vivió en la Alemania de los terribles años de la II Guerra Mundial y los no menos penosos años posteriores. En su Weiden in der Oberpfalz natal,  ciudad de Baviera, vivió con su familia. Su padre había perdido un brazo en la guerra: -Pasamos muchas necesidades, éramos seis niños en casa. Tenía diez años cuando me mandaron a una aldea a cuidar vacas. Estuve tres años. Lo mejor es que comía muy bien, había de todo en el pueblo. Y aprendí más en la calle que en la escuela. En la escuela del pueblo era el mejor, pero cuando volví al colegio de Weiden, era el peor. Cuenta Juan para explicar las carencias que había también en el mundo de la enseñanza en el medio rural y el absentismo escolar obligado por el trabajo de los niños.
 
Los padres y hermanos en una fotografía de posguerra. Juan es el primero a la izquierda
Con catorce años entra de aprendiz en una fábrica a la que suceden otras hasta finalizar en Osram, una de las dos mayores fabricantes de la industria de la iluminación creada en 1906.

-No creas que era en principio mi preferida. El que me buscó para entrar, convenció primero a Mery.

Juan llegó a ser un cotizado especialista en soplar el vidrio y elaborar bombillas de 20.000 W para grandes plazas, aeropuertos, etc.

-Fabricamos lámparas que valían tanto como un Mercedes. Las soplábamos entre dos, recuerda orgulloso.

 No fue Cacabelos el primer destino que Juan conoció en España. Su condición de especialista le trajo a Santander enviado por su empresa para enseñar a fabricar una bombilla especial a operarios en una filial española.

-Allí aprendí español. La empresa me llevó a una academia. A los tres meses el director me dijo ¿hablamos en español o alemán? 

Aprendí pronto a hablar español. Y me sirvió para conocer a Mery: un amigo y yo fuimos a una fiesta a casa de una alemana. Allí estaba Mery y otras españolas. Mi amigo me dijo: ¿hablamos con las españolas? Hablamos y ya ves.


Habla perfectamente español y usa, claro está, muchas expresiones bercianas. Su integración es total, incluso supera ya a muchos nativos que han abandonado algunas costumbres o usos cotidianos. Le gusta elaborar sus propias mermeladas (muy buenas, puedo dar fe), embotar salsa de tomate y pimientos, vino…
 


-Me gusta la comida española. En casa comemos todo al estilo español como lo hace Mery. Me gusta mucho el pescado, en Alemania se come poco. Comí las primeras gambas en Nápoles durante unas vacaciones en 1956.  

Juan y Mery con otros familiares en Alemania

Le pregunto por sus primeras amistades en Cacabelos. 

-Enseguida formé parte de una panda. Éramos doce. Salíamos a tomar vinos, asábamos sardinas, preparábamos botillo con cachelos…sí, me gustó mucho esta vida de Cacabelos.

Como comentaba al principio, es muy frecuente ver a Juan echando una partida de cartas en el Avenida 33. Actualmente Cacabelos no es ya el pueblo donde los juegos de envite tenían su pequeño paraíso, pero lo fue. Y Juan aún pudo disfrutarlo…y padecerlo en sus primeros años de nuevo cacabelense.

-Aprendí a jugar “a la putada”. También jugué al julepe. En Alemania se juega, pero es distinto, incluso las cartas.

Empecé en el Venecia ¡abajo! (La exclamación tiene sentido porque  el sótano del Venecia fue casi un casino clandestino del Chicago de Alcapone a finales de los años 20 del siglo pasado. Debería contarse su historia, que la tiene).

La primera vez que jugué el gilé me “limpiaron” 35.000 pesetas. Era una buena cantidad entonces. Fue Pedro (¿Molinero?), se aprovechó bien de mí.

Poco tiempo después ya no sería posible porque se convirtió en un avezado jugador.

Le encuentro en su casa despejándose de la siesta –como no- al calor de unos leves rayos de sol tumbado en su sofá preferido y la bandera de Baviera enfrente izada en su mástil. Hablamos de lo popular que es en Cacabelos y la magnífica adaptación al pueblo y sus costumbres a pesar de llegar ya mayor. Mery escucha y finalmente apostilla:

-Nací aquí –en Cacabelos-, viví aquí y ahoa resulta que la gente me identifica como la mujer de Juan el alemán.

 Le pregunto cómo se encuentra y responde serena y lentamente mirando todo lo que en esos momentos le rodea, su casa, su huerta, su jardín:

-Me encuentro muy bien.

Y cierto debe ser por lo satisfecho que parece haber quedado al decirlo Johann Lederer. Entre nosotros, Juan el Alemán.

2 comentarios:

  1. Siempre que volvemos al pueblo de vacaciones, lo que más nos motiva a regresar de nuevo son las personas especiales con las que te encuentras por las calles o en las cafeterías que transmiten bondad y alegría; dos de esas personas son Juan y Mery o si se prefiere Mery y Juan. Como siempre, excelente y entrañable el reportaje Carlos. Muchas gracias!!

    ResponderEliminar
  2. Juan y Mery son dos personas estupendas y entrañables. Un beso para los dos.

    ResponderEliminar