MORAS
Por Antonio Esteban
La palabra mora -moro, mora, moros, moras, Mourisco,
Mourelle, morin- desde mi niñez, fue una palabra que me ha
acompañado siempre en mi vocabulario y ha estado presente en mi vida.
De adolescente íbamos al
campo, con las niñas, a buscar moras a
la orilla del camino para hacer, malamente, después, una tarta. También
buscábamos las hojas de un moral que crecía en la Estación -y aun crece- para
alimentar, con sus hojas, gusanos de seda que no servían para nada.
En otras ocasiones
íbamos, con mi padre, en la bicicleta, al Casar de Valdaiga, propiedad de mis
abuelos a comer las moras de un moral que crecía al lado de un prado cerca de
un arroyo.
Asimismo, de niño,
aparecen en mi vida los moros de un
tabor de regulares que acamparon en el Campo de la Feria, al mando del teniente
Martínez.
Y conocí a los moros de Ceuta, que digan lo que digan,
la ciudad, Ceuta, estaba llena de moros que vivían en Hadú o en el Barrio del
Príncipe, prohibido -o casi- para los españolitos por su peligrosidad.
Y, en mis estudios
encontré un poemilla que hablaba de tres
moritas de Jaén: Aixa, Fátima y Marién y que, por aquel entonces aprendí de
memorias.
Y, por último, durante mi
estancia en Galicia siempre escuché leyendas sobre los moros que habían guardado tesoros entre las brañas y, por eso
existen pueblos con el nombre de Porto
Morisco, Mourenza, Mourelle o Mourín.
Y, finalmente llegó a mis
manos una foto en la que aparecen las cinco moritas de LA VENGANZA DE DON MENDO, Esther, Aljalamita, Rezaida, Raquel y
Azofaifa o sea, Nandy Mauriz, Mary Celi González, María José Luna, Josefina
Guerrero y Moni Quiroga
Y, para colmo, decir que
he terminado el primer acto de una obra de teatro, en verso, que se titula: ROSENDO, EL HIJO DE DON MENDO en la que
vuelve aparecer Azofaifa.
Me alegro que esta palabra:
mora
aparezca en la crónica de hoy que se escribió ayer con la representación de
la obra de don Pedro Muñoz Seca.
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