Ricardo Quiroga, abuelo de Pepe Quiroga. Archivo Pepe Quiroga |
LA
VERDADERA HISTORIA DE JOSÉ QUIROGA GARCÍA (III)
Por Antonio Esteban Gonzalez
Ha caído la noche sobre cacabelos.
Un reloj lejano, en la casa, cuenta y vuelve a contar los minutos con su
monótono tic-tac y, cerca, al otro lado de la calle, en el jardincillo, un cuco
descuenta las horas de la vida de los hombres, como dicen los más viejos del
lugar cuando oyen el cu-cucú-cu-cucú.
Pepe Quiroga sigue hablando:
-Mi padre regresó de Uruguay con algún dinero y, sobre todo, con grandes
conocimientos del oficio. Dominaba el yeso, que es cosa difícil de dominar, y
aquí contactó, por ejemplo, con don Adriano Morán que, por aquel entonces
estaba construyendo sus cines: EDESA
y MORAN, en Ponferrada y lo contrató
para que diese, precisamente, el yeso en ambos cines y mi padre que, por aquel
entonces, ya tenía una cuadrilla de obreros a sus órdenes, aceptó el contrato y
no solamente hubo un negocio entre ambos, entre mi padre y don Adriano sino
que, lo que son las cosas, se cimentó una gran amistad, tanto es así que el
empresario los domingos, venía a comer a mi casa y llegaron a emparentar:
fueron compadres”.
“Por
aquella época también conoció a Martínez Núñez que aún no había iniciado ningún
negocio. Trabajaba en el Ayuntamiento de Ponferrada”.
“Por
entonces, don José Álvarez de Toledo era Presidente de la Confederación
Hidrográfica del Duero y abogado en todo su esplendor. Vivía en Oviedo y, de
cuando en vez, se desplazaba a Villafranca y encargó a mi padre la remodelación
de su Palacio. No le importaban los gastos. A veces llegaba, por la tarde, de
improviso, para supervisar los trabajos y la escalera que había encargado la
semana anterior, mandaba derribarla y construirla de otra forma. No le
importaban las horas perdidas. Él las pagaba, mensualmente, sin rechistar, como
pagaba los viajes que hacía en taxi,
desde la capital astur o los gastos de teléfono. Yo recuerdo que mi padre decía
que, a veces, esos gastos ascendían a más de seiscientas mil pesetas mensuales
–casi cuatro mil euros- porque don José era así”.
Pepe hace una pausa y aprovecho
para decirle que yo conocí a don José en Villafranca y que le hice una
caricatura para la Revista AQUIANA, la revista en la que yo colaboraba y le
hice unos versos que decían: “¿Por qué
te llaman Pepito / si tú te llamas José / que es un nombre más bonito? / Es
cosa que yo no sé / por qué te llaman Pepito / si tu nombre es don José//.
Le conté a Pepín Quiroga que
Ignacio Fidalgo me llamó, descompuesto, por teléfono: “Don José, Antonio-Esteban, es don José y no se le puede llamar Pepito.
Si se le llama Pepito cancelará la subscripción a la Revista”.
Cosa que no fue cierta porque a
don José le gustaron los versos y un día en Villafranca me tropecé con él y
echándome el brazo por el hombro me dijo: ”Muy
buenos los versos, sí señor. Sigue así y llegarás a ser como Antoñito Pereira”.
-Para
don José hicimos un mausoleo en el cementerio de Villafranca. Tengo que ir, un
día -me dice Pepe- a
fotografiarlo porque es una obra magnífica.”.
Hace una pausa y se levanta del
sillón para dar unos paseos por el cuarto de estar.
-Por
aquellos días la empresa de mi padre era muy importante . Ya teníamos la sierra
y muchos obreros que cobraban siempre, a fin de mes. El sueldo era de tres
pesetas diarias, pero el ministro Girón subió los sueldos a treinta pesetas y
aquel mes mi padre perdió dos millones. Ahí comenzó el declive de la Empresa,
pero esas son otras historias que no me gusta recordar”.
CONTINUARÁ
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