miércoles, 27 de septiembre de 2017

Imágenes y recuerdos de Cacabelos (CCLXXXV)



Multitudinario entierro de Julio Moyano en Cacabelos



LA MUERTE DE JULIO MOYANO

Por Antonio Esteban González
El día treinta de junio, algunos calendarios señalan la festividad de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro   y, otros, la de Los Primeros Mártires de la Iglesia. Bien sabido es que el cielo -o el lugar en el que se encuentren-   está lleno de hombres y mujeres que merecieron la honra de los altares y es difícil acoplarlos a todos en trescientos sesenta y cinco días.
Así es ahora y así era hace ochenta y cuatro años, aunque en aquellos tiempos, naturalmente había menos santos.

Mil novecientos treinta y tres es la fecha en la que Demetrio Castro -industrial de Quilós-  dio muerte a Julio Moyano en el Café de Aurelio, sito en la carretera general Madrid-La Coruña.  En estos días se cumplen, precisamente, ochenta y cuatro años.
Aquel día, por situar la historia, moría, en atentado el Director del Banco de España en Cádiz, Emilio Fernández y en Madrid era brutalmente herida por una pedrada en la cabeza María Ochoa, de quince años. Decimos todo esto para aclarar que eran tiempos de violencia desatada y, nada de ello, seguramente, llegaron a saber los protagonistas del hecho que narramos, Demetrio Castro y Julio Moyano.
Habían desaparecido, según los periódicos, aquel día, las nubes que cubrían, parcialmente, la Península, excepto en la cuenca del Guadalquivir y la temperatura en León era de diecisiete grados centígrados.
Demetrio Castro, aquella mañana, abrió, como siempre, el bar que regentaba en Quilós y en el que su clientela podía abastecerse de productos para el consumo diario como aceite o jabón o pasta de los dientes DENTOL que, por cierto, estaba considerada como un producto de belleza y que se vendía -el tubo-  al precio de 1,95 pesetas   -0,07 céntimos de euro. (También es posible en el pequeño comercio que, por 500 pesetas   - tres euros-   un ama de casa pudiera comprar cuarenta gallinas ponedoras, a siete céntimos de euro por gallina).
Demetrio, aquel día comió a las doce del mediodía y con poco apetito.
-Tengo que hablar en Cacabelos con Julio Moyano   -explicó a su mujer-   Ya sabes que es una persona influyente. Me citó en el Café de Aurelio sobre las tres de la tarde.
La mujer se dio cuenta de que su marido estaba nervioso, pero lo achacó a su reunión con Moyano que era persona que infundía respeto.
Después, mucho más tarde, se dio cuenta que su marido había llevado consigo una pistola ASTRA de pequeño calibre que guardaba en casa porque eran tiempos revueltos.
Demetrio preparó la silla de montar y ensilló el bayo que tenía en la cuadra y que había comprado, un año atrás, en Cacabelos en las Ferias de la Cruz de Mayo.
Eran las tres de la tarde cuando llegó a la villa. Dejó el caballo sin atar al lado de la cantina del ancarés en donde habitualmente se dejaban las caballerías. Continuó a pie hasta el café y entró.
Cuatro hijos de Julio Moyano
En una de las mesas, Julio Moyano jugaba, como todos los días, su partida de subasta, al tiempo que saboreaba un café solo y una copa de licor. Sabía Demetrio esta afición del rico industrial y por eso acudió al bar.
 Se aproximó a la mesa y observó a los jugadores enfrascados en la partida sin que nadie se apercibiese de su llegada o advirtiese algo anormal en su actitud.
En los bolsillos de su chaqueta de pana, llevaba la pistola. Sin mirarla, quitó el seguro y la empuñó con fuerza. Observó de reojo que la puerta de salida estaba abierta y se encaró, entonces, con Moyano y sus compañeros.
Moyano en la fábrica de luz de su familia
-Con vosotros tres -dijo a los compañeros de don Julio-   no tengo nada, así que apartaros. Es con ese señor.   –y señaló a Moyano-.
Entonces sacó la pistola y disparó dos veces a la cabeza del industrial que cayó hacia delante, violentamente, sangrando por dos agujeros de bala, mientras que las gafas de montura dorada rodaban por el suelo.
Demetrio reculó y salió a la calle. Montó, de un salto en el bayo y, a galope tendido, se dirigió a Arborbuena y de Arborbuena a Villabuena y de allí, por San Clemente, a la montaña en donde se unió a uno de los grupos que, en aquellos momentos, se dedicaban, en la zona, al bandolerismo.
En el Café de Aurelio, los clientes, rápidamente, se pusieron en contacto con la Guardia Civil que se hizo cargo de la situación.
-Seguramente tenían algún negocio entre ellos   - dijo alguien- .
-Creo que Demetrio le reclamaba el importe de un seguro contra incendios que había contratado y que pagó dos veces   -añadió otro.
-Serían cosas del Banco…   -dijo un tercero-.
En realidad nadie sabía exactamente qué cuentas había pendientes entre Moyano y Castro y que este último solventó disparando a quemarropa contra el industrial que, además, dirigía el BANCO MERCANTIL, manejaba los negocios de Burgueño, su suegro, estaba al frente de la Fábrica de la Luz junto con su hijo Ignacio o regentaba un almacén de carbón en Ponferrada, mientras el resto de sus hijos varones: Julio, Roberto y Juanito estudiaban en Barcelona y sus hijas Charo y Emilita aprendían a bordar y a coser bajo la severa tutela de su madre doña Rosario.
El entierro fue una verdadera manifestación de duelo y oficiado por varios sacerdotes de la zona dirigidos por don Germán Díez, párroco de Villadepalos, acompañado, entre otros por don Serafín Franco y por don Francisco Iglesias, de Toral, como se advierte en las fotos.
Casa de la familia Burgueño-Moyano
A Demetrio, que había huido, a uña de caballo, la Guardia Civil le perdió el rastro, pero supo que estaba en la montaña con otros bandoleros huidos -no por motivos políticos-  y que encontraban en los pueblos cercanos comida y dinero fácil.
Cuentan, quienes lo conocieron, que Demetrio era hombre pacífico y que, posiblemente, en un arrebato de locura, por algún negocio, obró violentamente.
También dicen que acompañó a los bandoleros en los robos que hacían, pero sin tomar parte directa en ellos, sino que, al contrario, pedía clemencia para ellos: que no fueran maltratados, después de haber sido robados.
En general el grupo al que se había unido Demetrio actuaba, sobre todo, en los alrededores de Vega de Espinareda y atracaba a quienes volvían de la feria de El Espino con dinero, tras la venta de algún animal. Un día, al pedir clemencia para alguna de las víctimas. Demetrio fue abatido por sus propios compañeros y esto cerró las pesquisas que la Guardia Civil y el Juzgado tenían abiertas.
Los más perjudicados por estas dos muertas, sin lugar a dudad, fueron los cinco hijos de Moyano y las dos hijas de Castro.
Al día de hoy, viven las hijas de Demetrio y los nietos de Moyano que, a pesar de nuestros esfuerzos, no han tenido un encuentro para olvidar el crimen.

Ver también: La pequeña historia de la familia Burgueño (I) , La pequeña historia de la familia Burgueño (II) y La pequeña historia de la familia Burgueño (III).

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