sábado, 22 de abril de 2017

Chega o afiador




Hacía mucho tiempo que no veía recorrer las calles de Cacabelos a un afilador ambulante.  Pero esta mañana el sonido de un chiflo haciendo sonar las notas de su escala tonal me advirtió de la presencia de uno en la Plaza. Claro que su imagen ya poco me recordaba la presencia de aquellos de mi infancia con chaqueta y pantalón de pana pisando un pedal de madera para mover el esmeril.
Aquellas ruedas de afilar las transportaba el afilador a sus espaldas, más tarde rodando y en tiempos más cercanos con el artilugio montado primero en una bicicleta, luego en una motocicleta y finalmente en una furgoneta.
Este de hoy, muy joven, se había quedado a medias en el tiempo y venía provisto de una bicicleta sobre la que estaba adaptada la “tarazana”. “No son buenos tiempos para este oficio”, me comentó, “apenas me llama la gente para hacer un servicio”. A mi pregunta si, como los afiladores del pasado, hablaba barallete, el lenguaje gremial propio, respondió que no. Y que tampoco era gallego como la mayoría de los que ejercían en el pasado este oficio por España y por algunos países sudamericanos.
Así que, pensé,  no se cumplirá el pronóstico que hacían nuestros abuelos en cuanto oían sonar el chiflo de los afiladores gallegos, la mayoría orensanos:
-Vai chover.


Y unas horas o, como máximo, un par de días después llegaba la lluvia. Esa lluvia tan deseada, sobre todo esta semana con los graves incendios en el Valle del Oza, no llega ni con afilador ni sin afilador. Los maragatos ya están preparando la salida de la Virgen de Castrotierra para que traiga agua a sus resecos campos.


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