Oficiante y acólitos presidieron y dirigieron las preces del duelo |
Un reguero de plañideras, viudas
y circunspectos caballeros recorrieron las calles de Cacabelos tras la carroza
fúnebre con la sardina pasada a mejor vida. Los llantos de unas y otras no cesaron
durante todo el recorrido. Mientras, el oficiante y sus acólitos, declamaban sentados
en el pescante plegarias y jaculatorias fúnebres despidiendo a la fallecida:
Querida sardina, nos despedimos de ti con mucha pena y dolor. Nos
dejas; pero, por suerte que tú tienes, eres lo único que resucita en el pueblo
de Cacabelos. ¡Cuánto te vamos a extrañar! Repetía una y cien veces el
celebrante del entierro.
Pasado el mal trago de la
despedida final a orillas del Cúa, sobre cuyas aguas se fue un año más la gran
parrocha, los vivos volvieron sobre sus pasos a la Plaza Mayor para degustar recién
asadas unos centenares de compañeras regadas con vino de la tierra para tratar de
olvidar el dolor sufrido.
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