EN LA BODA DE REINALDO Y MARUJA
Por Antonio Esteban González
Reinaldo, un buen día, le dijo a
Maruja que quería casarse. (O, tal vez, fue Maruja la que le dijo a Reinaldo
que ella no quería ser la novia eterna del hijo del molinero; que se decidiese
de una vez por todas y la llevase al altar porque e estaba preparadas para ser
ama de casa; que sabía freír un par de huevos, zurcir unos calcetines o
planchar, como nadie, una camisa ya que, bien sabido es, Reinaldo, que planchar
una camisa no es cosa fácil. Y, además
-.le dijo- te voy a hacer
feliz). Y Reinaldo, dijo que sí. “Sí, Maruja, nos casamos””
Y se casaron y ahí está la foto, testigo del
momento. Él, Reinaldo, envarado, dentro de su traje negro y con el nudo de la corbata bien hecho. Impecable. (A
los nudos de corbata bien hechos se les llamaba “nudos Windsor”, como los que
llevaba el Duque de Windsor, que, además, siempre vestía trajes “Príncipe de
Gales” a cuadros con corbatas a juego)
Pero, además de la corbata, hemos
de fijarnos en los pantalones, un poquito cortos y en el azahar, típico, en la
solapa.
Ella, Maruja, la novia, vestía de
negro como mandaban los cánones tradicionales de la época ya que, antes, hace
años, las novias vestían traje negro y
falda por debajo de la rodilla, pudorosamente ya que el resto -por encima de la rodilla- pertenecía a su novio y nadie podía verlo, si no él.
La moda del vestido blanco,
vaporoso o ajustado, llegó después, cuando las revistas del corazón impusieron
los cinturones de pedrería, los zapatos de tacón imposible y otras necesidades
creadas por la publicidad.
Hoy, cuando escribo esta historia
de amor y me enfrento a una fotografía como esta, siento renacer la nostalgia
porque se trata de un tiempo ya ido y, por eso, me emociona ver a Maruja con
sus flores blancas, -símbolo de la
pureza de pensamiento, palabra y obra-
los pendientes a juego, el broche que cierra el escote, pudorosamente y,
sobre todo, su mirada de novia enamorada.
La foto, tomada en ”El Molino”
nos dice, que Reinaldo y Maruja se casaban en un otoño feraz con el mosto dulce
de nuestras viñas, pronto a convertirse en vino.
Fue un día hermoso, como casi
todos los días de boda. ¡Ojalá cuando
vean esta foto recuerden el momento en que se prometieron, hasta la muerte, una
eterna luna de miel…¡.
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