PARAISOS PERDIDOS
Por Antonio Esteban González
Este pie de foto, hoy, casi
parece el título del largo poema -EL PARAISO PERDIDO- de John Milton -diez mil versos, en inglés- que me hicieron leer en la adolescencia -en una perfecta traducción- y del cual recuerdo el título y poco más.
Lo cierto es que todos hemos
perdido algo a lo largo de nuestra vida y casi ninguna de las cosas perdidas
han sido recuperadas. Hagan recuento conmigo: hemos perdido a nuestros padres,
hemos perdido la inocencia, hemos perdido la esperanza de crear un mundo mejor -y no quiero ponerme trascendente- y, por perder, hemos perdido el paisaje que
nos rodea -o que nos rodeaba- como por ejemplo, el de la foto, tan nuestro.
Pero la vida tiene estas cosas.
En la fotografía vemos, por
ejemplo, que hemos perdido árboles: el negrillo que crecía en uno de los
laterales del Instituto, aunque, al fondo, Castroventosa, por su parte, hoy,
haya ganado vegetación: la planicie está ocupada, ahora, por pinares.
Hemos perdido “El Campo de San
Isidro” donde tantas veces rodó un pesado balón de cuero que dio tardes de
gloria a los mozos de la villa, pero no
se ha perdido la casa del Sr. Antonio “El Madrileño”, que se atisba a la
derecha de los soportales y tampoco hemos perdido los soportales tan típicos de
esta zona.
Se han perdido muchas cosas que
no recuperaremos nunca, pero, hoy, recuperamos este paisaje urbano en el que se
ve a una niña, un joven y una bicicleta, como fondo importante: la niña se
llama Elena, el joven Amancio y esta
foto es un trocito de su juventud -o
niñez- no tan lejana.
Bienvenidas, pues, estas fotos
nostálgicas que nos permiten recuperar paisajes perdidos o momentos olvidados.
Así era nuestra villa ayer. La
recordamos hoy.
Era mil novecientos setenta y
tantos, cuarenta y muchos años atrás.
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