LA IMPORTANCIA DE SER MONAGUILLO
Por Antonio Esteban González
Eso era antes, válgame Dios. Antes, sí era importante ser
monaguillo, sobre todo, ante los amigos porque comías hostias -sin consagrar- y bebías el vino dulzón que fabricaba en
Villafranca el Padre Pérez, de los Paúles e, incluso, presumías de saber latín.
“Ad Deum qui laetificat juventutem meam” o a decir palabrotas, que no eran
palabrotas, pero lo parecían, también en latín: “Abrenuntias Satana?”, decías
con voz cavernosa y tronituante y tú mismo respondías: “Abrenuntio”.Y, por
presumir, presumías, también, de ser la mano derecha de don Desiderio o sea, el
hombre confianza y el que le ayudaba a vestir aquellos ropajes a los que
llamaban sagrados: amito, alba, cíngulo, manípulo, estola y casulla o la capa
pluvial que se usaba en los entierros y en las procesiones o te ocupabas del
acetre que es el calderín del agua bendita o el hisopo con el que se
asperjaba - o rociaban- los féretros.
El monaguillo o monecillo como decían los Diccionarios era
un cargo menos importante que el de sacristán, oficio, en su momento, bien
remunerado por la feligresía o sea, por los parroquianos de la parroquia y
permítaseme la redundancia que subvenía, también a las necesidades del párroco.
Hoy ya no sucede así. Los tiempos han cambiado y, sino, que se lo pregunten a
los cuatro monaguillos que aparecen en la foto: Roberto Carballo y Luís Coca,
detrás y Paco Coca y Luso Reimóndez, delante que eran monaguillos -o monecillos- en tiempos de don Desiderio, un tiempo ya ido
y que nos recuerda, como es lógico otros años que no volverán.
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