lunes, 20 de enero de 2014

Ermitas en el recuerdo



        Ya han pasado unos años desde la fecha del fallecimiento de Ermitas, pero su recuerdo está aún muy presente en la memoria de muchos cacabelenses y, por su puesto, en la de sus hijos y nietos.          
      Había nacido en Villanueva, muy cerca de Toral de los Vados, el pueblo de Manuel Yebra, su padre. Su madre, Obdulia Lobato, era oriunda de nuestro vecino Pieros. En Cacabelos se casó con Enrique Gallego Fernández y fruto de su matrimonio son su hijos Elita y Rosendo. Probablemente los más veteranos recordaréis la panadería que regentaban muy cerca de la capilla de San Roque.
      Ermitas guardaba para los allegados su pasión por la poesía. Su familia conserva con enorme cariño algunas de sus composiciones dedicadas preferentemente a loar el amor  a sus seres queridos y a revelar el dolor por los fallecidos. En otras exalta la belleza del Bierzo y, en particular, la de Cacabelos. Incluso ganó un concurso de poesía convocado para ensalzar   las virtudes  de la confitería La Florida de Ponferrada.
     También su hijo Rosendo se nos revela, después de tantos años, como artista  dedicado a la música. La pasada Navidad ya pudimos escuchar su actuación como solista en la Parroquia durante el concierto ofrecido por Ecos de Bérgida, agrupación coral a la que pertenece.  Sería una buena ocasión aprovechar la próxima  Semana Santa para que interpretase una de sus  saetas en esta tierra alejada de la de María Santísima.
      A continuación transcribo una de las poesías de Ermitas que describe con sencillez paisajes de Cacabelos y el cariño a su hogar. En ella encontraremos expresiones y palabras ya poco usadas (roldana, por ejemplo) que le dan un valor añadido a unos versos brotados del corazón.
Otoño en Las Angustias


MI HUMILDE HOGAR

Añoro y recuerdo mis años pasados,
cuando yo tenía sonrisa en mi cara,
salud y alegría,
cuando caminaba al salir el día,
escuchando el ruido
del agua que pasaba,
por aquellos molinos que nunca paraban.

Cruzaba las Angustias y siempre  miraba
al viejo jardín y a los viejos negrillos,
que me recordaban los años felices,
cuando entre ellos bailaba.

Y seguía mirando a los pocos chopos
que iban quedando; porque el sol,
el viento, la tormenta y el agua
pudrían sus troncos y destrozaban sus ramas.

Sentía el ruido de viejos motores,
unas veces de coches, otras de tractores.
Y yo caminaba sin pararme a nada,
contando los pasos que mis piernas daban
para poder saber lo que me llevaba.
ir a aquel pueblo que abandoné,
y hasta aquella casa que me vio nacer.

Y cuando volvía sudando y cansada,
en lo alto del puente me paraba
para ver el paisaje que el Cúa me daba
y ver a sus peces debajo del agua.

Y seguía andando por la calle arriba
para llegar pronto a lo que más quería:
a mi humilde hogar y a mi vieja casita,
donde descansaba cuando iba rendida.
Y desde el corredor o desde la escalera
hablaba con mi esposo, le miraba al pozo
y a mi hermosa higuera.

Hoy todo se acabó, fue como una nube
que se ha esfumado. Mi esposo se fue
y no ha regresado.

La roldana y el pozo también se callaron.
Mi hermosa higuera ya tiene otro amo.
Y mis ojos alegres, tristes se quedaron.

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