miércoles, 6 de noviembre de 2013

Imágenes y recuerdos de Cacabelos (LXXVI)



  

                                  LOLÍN, EL “MELERO” y PEPÍN, EL “CHURRO”
                                                                                       

   Antonio-Esteban González

      Hoy, ahora, aquí, también podríamos decir lo que dijimos hace unas semanas cuando los soles violentos e inclementes del verano nos abrumaban: Lolín, el “Melero y Pepín, el “Churro”. O viceversa, pero no lo decimos para no autocopiarnos y ser -o pretender ser- originales y auténticos, que es una de las cosas que siempre hemos intentado ser: auténticos y originales. Unas veces lo hemos logrado y, otras, no, pero en ello estamos.
     Lolín, o sea Lolo o sea, Manolo o, si se me apura, Manuel, siempre ha sido en Cacabelos Lolín y, además  Lolín, el “Melero”, tal vez porque algún antepasado suyo  -quizás ancarés-  vendía miel, que era una honrada manera de ganarse la vida y viajar y conocer mundo, aunque fuese a lomos de una caballería.
      Lolo se dedicó al noble oficio de la aguja y el dedal y a vender telas: panas, panillas, otomanes, rayadillos, “Príncipe de Gales” o paños con raya diplomática.
      Y Pepín -la familia de Pepín- a trabajar la tierra, porque conocían, como nadie la variedad de uvas que crecen en los altos del Castrillón o Camino de los Magaces o en Pieros: garnacha, tempranillo, mencía o alicante y más, que no cito.
       Aquí están en una fotografía para los amigos del blog, en las escaleras de la Plaza Mayor, trajeados, ambos y con el nudo de la corbata en su sitio, como la caída de los pantalones sobre el empeine y los zapatos relucientes.
      Quizás fuese domingo y los domingos los  mozos de Cacabelos  -y los de El Bierzo y los de cualquier rincón de este país que antes se llamaba España-  vestían las mejores galas para ir a Misa, para tomar su vermú con sifón y pasear a las mozas, calle arriba, calle abajo, mientras Cipriano, el retratista o Quico, el “Curioso” esperaban su oportunidad en el puente.
      Al fondo, detrás de los dos amigos, vemos una de las farolas que, durante muchos años iluminaron las noches de la villa y que se han perdido como se han perdido muchas cosas, pero ahí están ellos  -Pepín y Lolo o Lolo y Pepín-  recordándonos un ayer no tan lejano y que, posiblemente traerá agradables recuerdos para todos.
      Con esos recuerdos nos quedamos.

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