Manuel Rodríguez y Rodríguez |
EL HOMBRE QUE AMABA LA MADERA
Antonio-Esteban González
Uno, a veces, se va con su maleta de madera, llena de sueños y su baúl de recuerdos, pesado, sobre el alma, en busca de otra forma de vida sin haber habitado su casa /sin haber cultivado su huerta / sin haber sentido el beso de la siembra y de la luz como escribiera León Felipe, el zamorano de Tábara que no fue emigrante, pero, sí, exiliado .
No fue exiliado, pero, sí, emigrante Manuel Rodríguez y Rodríguez, que viajó, en el siglo pasado, en un buque de la Compagnie General Trasatlantique, previo el pago de quinientas pesetas y un billete personal e intransferible que le daba derecho a litera interior y tres comidas mientras durase la travesía hasta la Habana como hicieron entre 1882 y 1930, un millón ciento dieciocho mil novecientos dieciocho españolitos.
Billete de Manuel para viajar a Cuba |
Tenía Manuel veinticinco años y uno, a los veinticinco años es capaz de cruzar el océano y llegar a Cuba y allí, escribió Juan Gelman, tuvo que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire, entre antiguos mambises que aún albergaban odio hacia la Madre Patria y piqueteras mulatas y ayudó a que naciera un nuevo país que habría de ser destino de muchos españolitos que también cruzarían la mar océana en busca de plata y que, al cabo del tiempo, regresarían.
Nunca habían olvidado nada -dijo Eduardo Galeano- ni al irse ni al estar ni al volver y ahora tenían dos memorias y dos Patrias.
A su vuelta, nuestro protagonista casó con Ángeles Méndez que le dio tres hijos: Manolo, María de los Ángeles y Nieves o sea Manuel, Quilile y Chola y se puso al frente de una zapatería que vendía, sobre todo, botas confeccionadas a mano en Monforte , que eran las mejores botas del mercado -decía mi padre, que también compraba botas en la villa del Cabe.
Y tuvo tiempo y saberes para construir dos galerías acristaladas que hoy son admiración de visitantes: una en Toral, mirando al tren que siempre regresa de algún lugar para ir a otro lugar y al que dice adiós, al pasar, desde el Bar de El Teniente, bar que antes regentara Agenor Sarmiento o su madre Covadonga .Y otra en Camponaraya, frente al Banco de Bilbao, que emociona a los peregrinos, al ver la madera hecha arte y que fotografían para rescatarla del olvido.
Solo por estas dos galerías, desconocidas para muchos cacabelenses, Manuel Rodríguez y Rodríguez merece ser recordado aquí, en este blog.
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