DARIO OSSORIO Y SU LAÚD
Antonio-Esteban González
Posiblemente Darío Osorio nunca supo de Abundio
Martínez, un músico que murió en México D.F. en mil novecientos
catorce, arruinado, pero, sí, interpretó una de sus canciones más conocidas: LA
BARCA DE ORO.
Posiblemente, también, Darío y sus amigos vadeasen, alguna noche, el Cúa, para rondar a Gelines en Sorribas y le cantasen con voces recias y varoniles aquello que se cantaba a las mozas: "Ya sé que estás en la cama, pero que no duermes, no. Ya sé que estás escuchando las notas de mi canción. No vayas, no vayas donde la mar se agita que si dulce es la brisa, más dulce será el amor". (Y, antes de regresar, le cantarían aquello que se canta en México lindo y querido: "Despierta, mi bien, despierta. Mira que ya amaneció. Ya los pajarillos cantan, la luna ya se metió". Y se irían -nunca mejor dicho.- con la música a otra parte).
El instrumento que maneja, airoso, Darío Ossorio -un laúd de doce cuerdas- era, también, uno de los instrumentos preferidos del compositor mexicano y LA BARCA DE ORO - "Yo ya me voy. Solo vengo a despedirme, adiós mujer, adiós para siempre, adiós. No volverán tus ojos a mirarme ni tus oídos escucharán mi canto. Voy a aumentar los mares con mi llanto, adiós, mujer, adiós para siempre adiós". - la canción preferida de muchos amantes de la música, entre las que me incluyo.
En fin: ahí tienen a Darío, a la derecha de la foto, mirando para la cámara. Y con Darío otras gentes: Luis, Dalmira, Graciana, Clotilde, Adelina, Encarnita, Ramona y Honestina a quienes, quizás, los lectores conozcan porque son gentes de Carracedelo.
Y aprovecho la ocasión para decir que Carracedo -a tres kilómetros escasos de Cacabelos- es el pueblo de los nombres imposibles: Hildegundes, Fregenia, Onofre, Gorgonio, Nivo o Anterino. Y añado que, si quieren conocer a Anterino, Nivo, Gorgonio, Onofre, Fregenia o Hildegundes, busquen en las librerías de Cacabelos, mi libro titulado CARRACEDO DEL MONASTERIO. AÑOS CINCUENTA. Allí los encontrarán.
Posiblemente, también, Darío y sus amigos vadeasen, alguna noche, el Cúa, para rondar a Gelines en Sorribas y le cantasen con voces recias y varoniles aquello que se cantaba a las mozas: "Ya sé que estás en la cama, pero que no duermes, no. Ya sé que estás escuchando las notas de mi canción. No vayas, no vayas donde la mar se agita que si dulce es la brisa, más dulce será el amor". (Y, antes de regresar, le cantarían aquello que se canta en México lindo y querido: "Despierta, mi bien, despierta. Mira que ya amaneció. Ya los pajarillos cantan, la luna ya se metió". Y se irían -nunca mejor dicho.- con la música a otra parte).
El instrumento que maneja, airoso, Darío Ossorio -un laúd de doce cuerdas- era, también, uno de los instrumentos preferidos del compositor mexicano y LA BARCA DE ORO - "Yo ya me voy. Solo vengo a despedirme, adiós mujer, adiós para siempre, adiós. No volverán tus ojos a mirarme ni tus oídos escucharán mi canto. Voy a aumentar los mares con mi llanto, adiós, mujer, adiós para siempre adiós". - la canción preferida de muchos amantes de la música, entre las que me incluyo.
En fin: ahí tienen a Darío, a la derecha de la foto, mirando para la cámara. Y con Darío otras gentes: Luis, Dalmira, Graciana, Clotilde, Adelina, Encarnita, Ramona y Honestina a quienes, quizás, los lectores conozcan porque son gentes de Carracedelo.
Y aprovecho la ocasión para decir que Carracedo -a tres kilómetros escasos de Cacabelos- es el pueblo de los nombres imposibles: Hildegundes, Fregenia, Onofre, Gorgonio, Nivo o Anterino. Y añado que, si quieren conocer a Anterino, Nivo, Gorgonio, Onofre, Fregenia o Hildegundes, busquen en las librerías de Cacabelos, mi libro titulado CARRACEDO DEL MONASTERIO. AÑOS CINCUENTA. Allí los encontrarán.
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